Diez de los once titulares de Brasil formaban fila en el túnel de vestuarios listos para saltar al campo a enfrentarse con Chile, el jueves pasado, cuando apareció el último. El jefe. Asomándose sigiloso en lo alto de la escalera, Neymar Júnior repasó la hilera de cabezas como quien contempla el patio de su cortijo después de echarse una siesta. Metido en la olla de Maracaná, la estrella del PSG ya no se comportaba como el adolescente juguetón que todos conocen en París sino como el líder territorial del que hablan sus compañeros de selección cuando se apagan los micrófonos. Un tipo inaccesible y acaso un poco déspota. El principal interlocutor de Tite, el entrenador, y un poder fáctico ineludible capaz de hacer política con cada balón que pasa o deja de pasar. Según marchaban hacia la hierba, únicamente se dirigió a un compañero para impartir consignas. Su lugarteniente fue Antony Matheus dos Santos.
A sus 22 años, el menos famoso del reparto de centrocampistas y delanteros de Brasil acabaría la penúltima jornada de clasificación mundialista convertido en la gran revelación de un equipo que apunta al Mundial de Catar transformado en primer favorito. Con una asistencia (2-0) y un penalti provocado (3-0), partiendo del extremo derecha como contrapunto de Vinicius en el izquierdo, el zurdo del Ajax le dio la razón a los más veteranos de la canarinha cuando afirman que tiene madera de “crack”.
Dani Alves es su principal valedor. El lateral diestro del Barça, que jugó una temporada con Antony en el Sao Paulo antes de que juntos integraran la selección olímpica que conquistó el oro en Tokio, lo ha recomendado fervientemente al presidente Joan Laporta. Según fuentes próximas al jugador, Alves se dirigió a Laporta hace unos meses para advertirle de que la situación financiera del club no admitía errores en los fichajes. Que puesto a decidir entre Raphinha —el extremo del Leeds— y Antony, lo más prudente era pagar por el segundo, por más que su valor de mercado fuera superior. La inversión ofrecería garantías retornos con creces ya que Raphinha, a quien conoce de la selección, tiene techo, mientras que Antony es un filón insondable. Puesto en el club y con el entrenador equivocados, su crecimiento podría frenarse. Pero en un modelo que dé un par de vueltas de tuerca a su talento, sus posibilidades resultan infinitas ya que, según Alves, ningún extremo en el mundo ayuda en defensa con tanta naturalidad ni muestra tanto potencial para desbordar por regate o asociación.
Favela do Inferninho, el eufemístico nombre popular que recibe la colmena de narcotraficantes donde se crió, en un suburbio de San Pablo, resume los obstáculos que debió esquivar él y su familia. “Muchas veces salía de casa a las 9:00 de la mañana y no comía nada hasta las 9:00 de la noche”, dijo cuando le preguntaron por la presión del Johan Cruyff Arena. “¡Esto no es presión!”.
Antony es singular hasta cuando corre. Consigue propulsiones inauditas sin mover otra cosa que las pantorrillas. De las rodillas hacia arriba parece una estatua. De las rodillas para abajo es un cohete. Por velocidad en el cambio de dirección con el balón pegado al pie es superior a la mejor versión de Messi. “Con el balón controlado, hoy por hoy, es el futbolista más inabordable que existe para un defensa”, señala un analista que trabaja para la Premier. “Por encima de Mbappé, Neymar, Sterling o Messi”.